¿Cuántos, entre los 100 millones
de usuarios de Twitter, habrán reflexionado sobre esta declaración tan
cristalina como temible?: "La mayor parte de la información que usted nos
proporciona es información que usted nos está pidiendo que se haga pública.
Esto incluye [...] los mensajes, los Tweets […] la gente que le sigue, los
Tweets que marca como favoritos o los Retweets y demás elementos de información".
Decir Internet puede significar
sueño o pesadilla. Para muchos, la red de redes se ha convertido en parte
imprescindible de su mundo personal y profesional. Para otros, la aldea global
ha degenerado en un daimon maléfico, capaz de controlar hasta nuestro espacio
más íntimo (desde el funcionamiento neurocognitivo a la expresión emocional,
pasando por las relaciones familiares). En cualquier caso, la transformación
cultural y antropológica que se está produciendo pide una reflexión profunda.
¿Cabe aún recapacitar serenamente en la era de la inmediatez?
Identidad o reputación
“Si blogueo, twitteo y wikeo todo
el tiempo, si la mente colmena es mi público, ¿quién soy yo?", se pregunta
Jaron Lanier en su último libro, El rebaño digital (Planeta, 2011). La visión
de este gurú de la comunicación es apocalíptica pero apunta a un asunto
neurálgico: ¿En qué medida se conjugan la identidad virtual y la real? Las
redes sociales, por ejemplo, brindan la oportunidad de enriquecer relaciones
disolviendo barreras físicas y canalizando intereses compartidos. Pero al mismo
tiempo, la inflación de invitaciones a relacionarnos puede terminar por
devaluar palabras como “amigo” o cosificar nuestro entorno convirtiendo a las
personas en posibles “contactos”.
Por otro lado, nos afectan las
tendencias del mercado. Mientras muchas profesiones agonizan en la crisis
económica, surgen otras destinadas a mejorar la reputación online de los
usuarios (individuales o corporativos). En ese sentido, la imagen digital
aparece directamente ligada al concepto de ranking: la reputación online
proviene no tanto de lo que somos sino de lo que publicamos o se publica sobre
nuestra marca.
Depender del juicio ajeno ¿nos
deja ser nosotros mismos o nos esclaviza a la opinión de los otros? Antonio
González, auditor de trei.es, afirma: “Este riesgo va asociado a la vida misma,
no sólo a la red. Por eso, el mejor uso de Internet es actuar como somos en la
vida real”. De hecho, según Gustavo Entrala, director ejecutivo de la agencia
101.es, “ganarse una amplia base de seguidores implica ser capaz de generar
opiniones interesantes. Si no, dejarán de escucharte”.
Conversación o charlatanería
La reputación online afecta a las
persona y a la propia dinámica del sistema. Se presupone que para hablar en
público hay que tener algo cualitativamente relevante que decir. Pero, para ser
escuchado en la red, prima la cantidad de mensajes emitidos. Eso genera un
círculo vicioso cuyos efectos están a la vista: la banalidad de tanta
información que, además, termina saturándonos. Según Facebook, a través de su
plataforma se intercambian alrededor de novecientos millones de objetos
“informativos”.
En este panorama han emergido dos
figuras clave: los “seguidores”, imprescindibles para crecer en popularidad, y
los “rebotadores”, que pueden propagar una información a través de sus
perfiles. Más aún, existen empresas de marketing (como Usocial.net o
Socialkik.com) que ya ofrecen paquetes de seguidores.
Para Gustavo Entrala, “los
mensajes cortos desafían a la creatividad y, para dejar poso, requieren mucha
reflexión previa”. Sin embargo, Lanier ya produjo un convulso debate cuando, en
su artículo titulado "maoísmo digital”, denunció la tendencia a que
prevalezca la plataforma sobre el contenido. A día de hoy no hace falta ser experto
en informática para utilizar Internet, y eso supone un logro. Tampoco parece
nocivo, a priori, el éxito de lo viral. Pero si el número de internautas crece
ininterrumpidamente y la técnica del rebote se hace imprescindible para
conseguir relevancia online, lo que se bautizó como “zumbido” tecnológico
(buzz) se convierte en una estridencia ensordecedora.
En el fondo, este fenómeno no es
más que una adaptación digital del relativismo imperante. Si la verdad es lo
que decide la mayoría, vencerá quien logre imponer su opinión a más gente y
domine el arte de persuadir. Han cambiado el foro y los trucos de oratoria,
pero el debate es tan antiguo como los sofistas.
Intimidad o vida escaparate
La identidad digital pone encima
de la mesa otro tema candente. Nuestra vida online está tejida por multitud de
decisiones en las que tenemos que manifestar qué mostramos y qué ocultamos.
Nunca como hoy hemos tenido más
acceso de primera mano a lo que sucede y al interior de las personas que nos
rodean. Y nunca ha existido mayor tentación que la de perder la intimidad por
exponerla excesivamente. Francesc Grau, autor de Twitter en una semana (Gestión
2000, 2011) manifiesta que tal riesgo es inherente a la propia arquitectura
relacional de la web 2.0 (Twitter->followings, Facebook->amigos,
Linkedin->contactos…): “Vemos con quiénes se relaciona la persona, empresa,
organización, marca, producto o país. Sus amistades se hacen públicas ante
cualquiera, incluso sus diálogos, sus reacciones, estados ánimo, preferencias o
calidad de las mismas, evidenciando fortalezas y fracturas entre
interlocutores, con el peligro constante de desarrollar una crisis o destapar
una situación que permanecía silenciosamente latente”.
El primer cortafuegos de un
internauta debería ser la conciencia de la red como auditorio ilimitado y
global. Pero la impulsividad emocional o la vanidad que rigen muchas veces el
acto de publicar una reacción o una imagen, no tienen en cuenta que ese contenido
queda ya fuera de control para siempre.
Ingenuidad o realismo digital
En ese sentido, es vital que el
internauta sepa que su navegación no es una actividad anónima. El tedioso
proceso de registrarse o la prisa pueden hacer que obviemos leer los contratos
que aceptamos, con el consiguiente desconocimiento de las políticas de
privacidad. ¿Cuántos, entre los 100 millones de usuarios de Twitter, habrán
reflexionado sobre esta declaración tan cristalina como temible?: “La mayor
parte de la información que usted nos proporciona es información que usted nos
está pidiendo que se haga pública. Esto incluye [...] los mensajes, los Tweets
[…] la gente que le sigue, los Tweets que marca como favoritos o los Retweets y
demás elementos de información”. Cualquiera, sin estar siquiera registrado en
la plataforma, tiene acceso a esos datos.
Chema Alonso (hacker y MVP de
Microsoft) afirma que “el mercado de identidades es la mercancía más que
suculenta para el cliente publicitario”. Nuestras huellas digitales marcan el
camino a agencias que, monitorizando nuestra actividad, nos ofrecen productos
(llegando a adivinar hasta nuestro subconsciente).¿Quién no ha tenido la
sensación de que Google es como Dios, porque lo sabe todo? Pero esa divinidad
autómata se rige por intereses económicos y no según la lógica del amor. Juan
José García-Noblejas, blogger y académico de la comunicación, traduce así una
certera expresión de Jeremy Ettinghausen: “Si no pagas por algo, entonces es
que no eres el cliente, sino que tú eres el producto”. Basta ver que los
gigantes poseedores de perfiles (Facebook y Google) han pasado de la
convivencia pacífica a una paulatina guerra fría.
Hackers o héroes sociales 2.0
En ese sentido, conviene
percatarse de que en Internet conviven todo tipo de intenciones. Según Chema
Alonso, “el ‘malo’ tradicional también existe en la red. La particularidad está
en que tiene las mismas herramientas que el usuario medio pero conoce sus
posibilidades mucho mejor”. Aunque Sebas Muriel, directivo de Tuenti, afirma que
“los comportamientos fraudulentos siguen ciertos patrones, bastante
identificables”; la colaboración de empresas y usuarios expertos con las
autoridades dificulta cada vez actividades malévolas.
Por el contrario, otros han
encontrado en la red una poderoso instrumento benéfico. Tal es el caso de José
Martín Cabiedes, fundador de Hazloposible.org, quien vislumbró el mundo non
profit como un mercado con oferta (entidades de “productos” humanitarios) y
demanda (personas deseosas de dar lo mejor de sí). Desde esa óptica, diseñó
ciber-puentes entre los dos ámbitos, creando un portal de referencia ineludible
al hablar de solidaridad.
Obra Social Caja Madrid ha
bautizado como “Héroes sociales 2.0” a esas personas que a través del mundo
virtual comparten inquietudes y aspiraciones para mejorar el mundo real. Tanto
el universo solidario como la Iglesia se caracterizan, precisamente, por su
reticularidad: quizás por eso han encontrado en Internet uno de sus mejores
aliados. De hecho, la Jornada Mundial de la Juventud 2011 debe parte de su
éxito a las redes sociales. Según Antonio Gallo, de Dogcomunicacion.com, “una
de las claves fue considerar a los internautas influencers: que se sintieran
parte de una comunidad y, por tanto, del plan de comunicación”.
Ciber-salto generacional o alianza
Quizá el principal obstáculo para
que la posible democracia global no degenere en una nueva aristocracia digital
proviene del grado en el que seamos capaces de dominar la tecnología. De hecho,
los niños de hoy aprenden automáticamente las TIC, mientras que muchos padres y
educadores se ven excedidos por un Internet que juzgan ingobernable.
Iniciativas como
Pantallasamigas.net, Protegeles.com o Alia2.org aportan un apoyo decisivo a
padres y maestros. Pero urge replantear el debate sobre la llamada “competencia
digital” del currículum escolar.
No obstante, este panorama
posibilita una sinergia magnífica: quizás los adultos deban aprender a manejar
las herramientas y en eso pueden ser alumnos de los menores; pero, al mismo
tiempo, los chavales necesitan la guía de sus mayores para integrar los
aciertos y errores de la tecnología en su proyecto de vida. Tal intercambio
educativo genera valor compartido en la familia.
Cultura del lamento o desafío digital
Cualquier revolución produce desconcierto
en sus contemporáneos. También en la era digital podemos elegir entre la queja
estéril o sumarnos a los aspectos positivos del cambio y, desde ahí, mejorar el
mundo en el que hemos nacido.
Un desafío múltiple y
apasionante: aferrarnos a los hábitos analógicos y unidireccionales o gozar de
la experiencia 2.0.; lamentar la “cultura short” o ejercitar la habilidad de
síntesis; padecer adicción digital o evitar la tentación practicando el ayuno tecnológico;
sentirse víctima de una imparable maquinaria global o aprovechar las enormes
ventajas de los procesos automatizados; esclavizarnos al tiempo real o adaptar
el dinamismo vertiginoso de la red a nuestro propio ritmo; subastar nuestra
intimidad o compartir lo mejor que llevamos dentro; sucumbir al ruido
tecnológico o revalorizar silencio; distanciarse de las generaciones jóvenes o
entender que se divierten, cotillean, ¡rezan!... en digital; infectarse del
totalitarismo positivista o viralizar la búsqueda de la verdad; difundir
alarmismos apocalípticos o aprovechar las mutaciones culturales para
desarrollar un nuevo sentido común.
La paradoja virtual refleja
fielmente nuestra condición humana. Online y offline, sólo tenemos un alma. Las
nuevas tecnologías nos brindan instrumentos poderosísimos. Pero es la libertad
la que hace que algo sea constructivo o letal.
TERESA GUTIÉRREZ DE CABIEDES
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