Esta semana ha sido buena prueba de ello. Hace diez días que Facebook empezó a implementar los cambios más radicales que se recuerden, y la respuesta de los usuarios ha sido la más agresiva hasta el momento. ¿Está justificada?
Facebook nunca ha cambiado sin lucha. En 2006, cuando esto de la red social era un invento para estudiantes sajones que había echado a andar hacía un año, cientos de miles de usuarios se hicieron a las armas porque a Zuckerberg se le ocurrió la atrocidad de reunir en una página principal la actividad reciente de todos los amigos de un abonado. La idea era no tener que ir perfil por perfil para ver qué estaba haciendo cada contacto. Tan aterrador invento se llamó news feed y tenía este aspecto:
Para ser la primera revolución de la generación Y, fue de lo más clarividente. Se fundaron grupos de "Rechazamos el News Feed de Facebook" con afluencia masiva, los estados de la gente se volvieron contra la misma plataforma que los estaba publicando, y hubo un consenso oficioso de que el nuevo invento era un atentado contra la intimidad de los usuarios. La prensa publicó titulares como "Facebook echa humo con los cambios" o "Furiosos con Facebook". La gente empezó a colgar en sus estados unos manuales de instrucciones sobre cómo reconfigurar los perfiles para evitar la novedad. Se crearon, en definitiva, los cimientos de la revolución en y contra esta red social.
A los pocos meses, Facebook vivió el mayor cambio en su historia: se abrió a todo el mundo. Pero la presencia de los nuevos inquilinos no se notó hasta marzo de 2009, cuando la masa crítica alcanzaba unas 300 personas que no sabían manejarlo sin news feed. Zuckerberg decidió competir con un nuevo y efervescente invento llamado Twitter e hizo que el news feed se actualizara automáticamente. Dividió las publicaciones en Principales y Más Recientes, mezcló los estados con los enlaces con el resto de novedades y añadió un botón incomprensible que decía "Me gusta". Facebook se convirtió en esto:
Lo cual, para los estándares de la época, era inaceptable. De nuevo, las denuncias por atentado contra la intimidad. De nuevo, los manuales para dejar las cosas como estaban. De nuevo, los titulares. De nuevo, los grupos sistemáticamente en contra (que esta vez se titulaban "Queremos el news feed de antes"). Los cientos de millones de nuevos usuarios aportaron una novedad interesante: el bulo. Se hizo común alertar, a través de estados o de grupos, a los incautos abonados de que estos cambios eran en realidad parte de un gran plan para: a) empezar a cobrar por el uso de Facebook (a menos que se copie este estado en el muro de N amigos antes de mañana); b) vender los datos de los usuarios al mejor postor, ya sea Al Qaeda o la CIA; o c) usar las fotos personales en anuncios.
Así y todo, Facebook siguió existiendo. El "Me gusta" pasó a ser un nuevo vocablo no ya exclusivamente de esta web, sino de la nueva era digital. Hasta revolucionó la publicidad 2.0. El nuevo aspecto se convirtió en viejo, y las masas terminaron por aceptarlo sin bajas reseñables.
Tanto lo aceptaron, de hecho, que cuando Zuckerberg anunció nuevos cambios el jueves pasado, la versión 2011 de la revuelta se convirtió en la más sonada conocida por el hombre digital. Las tácticas fueron las mismas de siempre: el estado, el manual de instrucciones...
... los bulos...
... los grupos ("Dejad ya de cambiar Facebook!") y los titulares.
Es sonora por el volumen de usuarios (800 millones), no porque los cambios sean diferentes a los anteriores. La intención es la misma que siempre: que el contenido de un perfil sea más accesible al resto de abonados. Lo que se espera que haga una red social.
Pero esto da mucho miedo. Lo dio con el news feed y lo da ahora que Facebook tira de fotos y comentarios pasados y ese compañero del nuevo trabajo puede leer cómo maldijimos al jefe cuando éramos becarios. La nueva función Ticker (traducida al español como Titulares o Teletipos) publica onerosos detalles de nuestra vida 2.0 como a qué estados estamos comentando o si estamos escuchando una banda sonora de Disney. Que esto inquiete al usuario medio es razonable.
Ese es sólo uno de los factores detrás del odio a los cambios de Facebook. También nos recuerdan que lo que compartimos con nuestros amigos en realidad se lo estamos cediendo a una corporación. Y provocan el rechazo a meter, obligatoriamente, algo nuevo en nuestra vida diaria. Como al principio se rechazó la idea de un PC en casa, un móvil en el bolsillo y, ahora, un portátil o una tableta en casa. Se niega su utilidad, se clama haber llegado al límite de lo que podemos dar de sí y se contempla la posibilidad de ser esa persona que, como las generaciones que vinieron antes que él durante miles de años, vivió sin la novedad. Luego, unos seis meses más tarde, se pregunta cómo hemos podido vivir sin ello hasta ahora.
Muchos han jurado dejar la red social para siempre. Dada la tendencia humana a odiar todo lo que se convierte en ubicuo, es una afirmación muy de moda. Como lo fue dejar MySpace en 2008. Pero en esta ocasión -y así seguirá siendo en el futuro cercano-, hay una salvedad: la ubicuidad es inevitable. No hay otro sitio al que ir. Cada vez más foros, páginas y más programas (Spotify, por ejemplo) requieren una identificación a través de Facebook para acceder a ellos. Y, de momento, no hay otro sitio en el que podamos seguir la imparablemente relevante vida 2.0 de nuestro entorno. Mientras la red orbite alrededor del ecosistema facebookiano, seguiremos usándolo.
Y estaremos ahí para cuando la cosa vuelva a cambiar. Es posible que, en cuanto la función Timeline (una infografía que ilustra los puntos claves de nuestra vida con la información que hayamos compartido en Facebook y que ya se puede activar voluntariamente) se active entre las masas, volvamos a ver otra revuelta en nuestros news feeds.
Será la primera que veamos desde nuestros Titulares, y a lo mejor para entonces éstos ya no nos parecen tan ofensivos.
fuente TENTACIONES L PAIS